Lo que la boca dice de nuestro pasado: también de las bacterias que hospeda

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Una boca comunica mucho, y no solo con palabras. También con ademanes y señales; con movimientos traviesos y detalles que abren de par en par, o sellan, las contraventanas del interés. Hay bocas que se comunican con una sonrisa pícara o tierna, malvada o llena de desdén, que se resarcen en la reacción que provocan. Hay bocas que se relamen, que se preguntan cosas, y bocas que huyen. Hay bocas cerradas, maquilladas, insolentes, juguetonas y abiertas al asombro. Las hay que palpan, que saborean, fuman, viajan o susurran. Hay bocas que insultan; bocas que señalan y bocas que disparan infundios. Hay bocas que mienten, que amenazan, que buscan culpables y delatan. Bocas pequeñas y grandes; jóvenes y luminosas. Las hay expertas y las hay llenas de necedad. Que dibujan ilusiones, que consuelan, que concilian y que acarician con palabras. Hay bocas que chupan y bocas que cantan; bocas hambrientas y bocas empachadas. Hay bocas mecánicas, inquietantes, que recitan las obsesiones atrapadas en los pensamientos de Jonathan Borofsky con su propia voz. Por haber, hay hasta bocas que, al rozarse, provocan un torrente de hormonas que entrelazan apegos en los labios que tocan. Lo pudimos comprobar en la performance Muxua da mezua (el beso es el mensaje) de los labios de los sociólogos Martxel Mariskal e Iñaki Martínez de Albéniz. Hay bocas que besan y hay besos artísticos, besos políticos, besos de selfi y besos que son todo ello a la vez, como el plasmado por el artista ruso Dmitri Vrubel en el muro de Berlín. Ese efusivo saludo pintado en el imaginario colectivo entre el líder soviético Brézhnev y el presidente de la RDA Honecker es una de las escenas icónicas del siglo XX.

Dicen los que dicen que saben que el primer beso es una de las experiencias más recordadas por las personas, por encima incluso de la primera relación sexual. De ahí que cuando una enfermedad roba el juicio y encamina al paciente hacia la infancia sin detenerse en los andenes de la juventud y la adolescencia, los latidos del olvido despegan las teselas de recuerdos que componen el mosaico de una vida. Perder entre la bruma de la desmemoria fragmentos como ese primer beso o no reconocer los labios a besar es la turbadora situación a la que se enfrentan muchos enfermos con patologías neurodegenerativas. Curiosamente, hay una creciente evidencia que relaciona la enfermedad periodontal y el alzhéimer, que antes se conectaba al revés, cuando se suponía que la pérdida de piezas dentales era efecto de la demencia. Parece que un desequilibrio en la flora bucal, con una significativa proporción de bacterias dañinas, refuerza las probabilidades de pronosticar alzhéimer, incluso décadas antes de que se presenten los síntomas de la enfermedad. Lo que sabemos es que las parejas que cohabitan suelen tener bacterias bucales parecidas. Puede que por compartir un estilo de vida similar, tal vez por comerse a besos. Un estudio de la revista Microbiome afirmaba que un besuqueo apasionado transfiere unos 80 millones de bacterias.

Hay quien encuentra el origen del beso en el gesto de pasar la comida masticada a los bebés. Con anterioridad al uso de majadores o molinos de mano, la forma de triturar la comida era masticarla. Con los brazos ocupados, la madre solo puede transferir el alimento procesado desde su boca, que, al entrar en contacto con los labios del niño, activa un reflejo de succión como cuando mama del pecho. “Besas como si fueras a comerme”, que anotaría Blas de Otero en el poema Un relámpago apenas. En la Sima de los Huesos de los yacimientos de Atapuerca y en el yacimiento de Dmanisi en Georgia ha quedado documentado que aquellos ancestros masticaban los alimentos de quien, convaleciente o impedido, no podía hacerlo. Solidaridad mascada desde los preámbulos de nuestro linaje. En la práctica, una boca confiesa mucho, y no solo con silencios o maquillaje de labios, también con las bacterias que hospeda, que guardan conocimientos clave sobre algunos acontecimientos del desarrollo de nuestra especie. Se han descubierto microbios presentes entre los dientes tanto de los Homo sapiens como de los Homo neanderthalensis, que se adaptaron a dietas ricas en almidón en una etapa temprana de la evolución. A decir verdad, las bacterias orales de ambas especies son casi indistinguibles, lo que parece probar la estrecha relación que tuvieron entre ellos. Los estudios indican que entre el 1,8% y el 2,6% del genoma nuclear en los humanos modernos no africanos proviene de los neandertales.

Quién sabe, quizás el gesto que selló ese vínculo entre sapiens y neandertales comenzó con el arcaico reflejo de un beso tan corto que ha durado una eternidad.

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