La negación de los EE.UU de la crisis en Centroamérica será contraproducente

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Hace un poco más de un año, 160 hombres, mujeres y niños partieron de San Pedro Sula en Honduras, en una caravana humana de centroamericanos ampliamente televisada. Para cuando los migrantes llegaron a la frontera de Guatemala y México, su número había aumentado a 7,000.

La visión de este viaje cambió drásticamente la política estadounidense y sofocó el apetito político para ayudar a los cientos de miles de personas que huyen de la guerra entre pandillas, los traficantes y los desastres naturales en toda la región.

El reciente anuncio del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, comunicando la decisión de reactivar los fondos de ayuda a los países del triángulo norte de Centro América es positivo pero insuficiente.

Recorrí la ruta de los migrantes desde El Salvador a México el mes pasado, siguiendo los pasos de estas familias, para comprender mejor qué impulsa a tantas personas a huir. Lo que aprendí en este viaje acerca de la crisis que se está profundizando en su propio vecindario, debería servir como un llamado de atención a quienes toman decisiones políticas en los EE. UU.

La gente no huye hacia el norte para obtener ganancias económicas

La mayoría de las mujeres, hombres y niños que conocí en El Salvador, Guatemala y México huyeron desesperadamente porque temían por sus vidas, no porque quisieran empleos estadounidenses o para alcanzar el “sueño americano”. Las madres y los padres con los que hablé relataron historias de horror similares a las que conozco en zonas de guerra en Medio Oriente y África.

En Chiapas, México, conocí a una madre soltera que huyó de Honduras con su hijo de 11 años después de que una banda armada amenazó con llevarse al niño si no continuaba pagando los cobros extorsivos de las ganancias de su pequeño supermercado. Huyendo en Guatemala, fue obligada a realizar trabajos forzados y abusada por un grupo de traficantes de personas. Cuando nos conocimos en México, ella estaba más que aterrorizada, temiendo por su vida porque que los dos grupos tenían asesinos trabajando para ellos a través de las fronteras regionales.

Lamentablemente, la historia de esta madre no es única. Solo el año pasado, unas 700,000 personas huyeron de sus hogares en el Norte de Centro América, principalmente debido a la brutal violencia. Más de 10,000 personas fueron asesinadas durante el mismo período. La región tiene algunas de las peores estadísticas de violencia en el mundo.

Según el ACNUR, la cantidad de solicitudes de asilo del Norte de Centroamérica solo es comparable con los países en guerra. Los hondureños, guatemaltecos, salvadoreños y mexicanos estuvieron entre las diez principales nacionalidades que solicitaron asilo el año pasado, junto con personas de Siria, Sudán del Sur y Afganistán.

A pesar de la hemorragia de vidas humanas, los Estados Unidos continúan defendiendo su guerra con los solicitantes de asilo. Al declarar a El Salvador, Guatemala y Honduras como “terceros países seguros”, su objetivo es detener el acceso al sistema de asilo en los Estados Unidos antes de que las familias puedan llegar a la frontera. Esto sucede en adición a la construcción de muros. Estas medidas solo alimentarán la desesperanza e impulsarán el deseo de escapar al norte por seguridad.

La negación de la crisis obligará a más familias a huir

Al visitar Washington, me sorprendió la apatía política para comprometerse con una crisis de esta escala en el propio patio trasero de los Estados Unidos. Los políticos estaban más interesados en discutir conflictos en tierras lejanas donde la influencia estadounidense es proporcionalmente menor. Los contactos en el Congreso me confiaron que actualmente había pocas posibilidades o interés de un cambio en la política.

La negación de los Estados Unidos del colapso social cerca de su frontera del sur es similar a la vergonzosa negación de Europa de la pérdida masiva de vidas en el Mediterráneo. Pero al menos los líderes europeos reconocen que la inversión y la ayuda deben aumentar dentro de las comunidades desfavorecidas si las puertas de asilo se cierran de golpe. El reciente anuncio de reactivación de los fondos de ayuda de los Estados Unidos debe implementarse con celeridad y adaptarse a las crecientes necesidades humanitarias en el triangulo norte de centro américa.

La atención del gobierno de los Estados Unidos se centra directamente en el diseño y la financiación de su muro en el sur. Las masivas medidas de control en las fronteras son caras e ineficientes. Los jóvenes que conocí en Honduras saben de la carrera que existe para levantar la mayor cantidad de alambre de púas y paredes contra ellos. Pero todavía están empeñados en intentar una y otra vez llegar a los EE. UU., donde tienen la posibilidad de tener una vida más segura.

Recomponer la crisis empezando en Centroamérica

La solución a la crisis en Centroamérica no esta en los grandes escapes hacia el norte. Dependerá de lo que las élites políticas y económicas de estos países hagan en última instancia. Luego de la reunión con el recientemente nombrado vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, me alentó escuchar que su gobierno reconoce su responsabilidad para restablecer la ley y el orden, y proporcionar educación y empleo a áreas en crisis o controladas por grupos armados. Esto requiere una inversión a largo plazo por parte de actores nacionales e internacionales, liderados por los Estados Unidos.

A las afueras de San Salvador, en el barrio de Apopa, mi organización -el Consejo Noruego para los Refugiados- trabajó con socios centroamericanos y con fondos europeos para la reconciliación de sus comunidades. La educación y los medios de vida han sido restaurados. Cientos de familias han regresado a sus hogares. Podemos proporcionar esperanza.

Si bien las caravanas ya no marchan hacia el norte, la crisis centroamericana se está profundizando en nuestras pantallas de televisión. Este es el momento en el que los estadounidenses deben intensificar su solidaridad y el apoyo a sus vecinos centroamericanos, no rechazarlos. Jan Egeland

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